Los detalles de cómo José Rafael Guzmán sobrevivió a la cárcel utilizando el humor (Entrevista)

El comediante pagó dos meses de cárcel en los Estados Unidos7 min


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Hasta el sol de hoy, se sabía pocos detalles concisos sobre el caso de la detención de José Rafael Guzmán en los Estados Unidos. Sin embargo, el comediante dio la cara luego de estar ausente en las redes sociales y explicó escuetamente sobre lo que le había sucedido. Los primeros en dar la noticia, pero con un toque mal intencionado fueron los presentadores de Zurda Konducta.

En fin, luego de dos meses de dudas y silencio, el pasado viernes 25 de octubre fue el mismo José Rafael quien dio detalles de su detención en Texas, Estados Unidos. «Sin robar a nadie» fue la frase que utilizó para dar comienzo a toda una breve explicación que dio sentido al tiempo que estuvo en mute en redes sociales.

El portal web Cinco8, logró contacto con el comediante/host de «Caminantes» y este le reveló todos los por menores de cómo fue su estadía en la pequeña cárcel del condado Hudspeth, un pueblo tan pequeño y solitario que Santa Elena de Guaren quería pendejo.

Con información Cinco8

Se encontró caminando en medio de la nada, sin saber a dónde ir, sin teléfono, ni dinero ni trenzas en los zapatos. Un policía le ofreció llevarlo desde el centro de procesamiento de ICE hasta una gasolinera cercana. Al llegar a la estación, la dueña, una señora mexicana, le vio la cara, le ofreció un slice de pizza y le prestó un teléfono.

José Rafael Guzmán pasó dos meses en un centro de reclusión en Hudspeth, Texas. Las razones, dice, dejarán de ser razones más temprano que tarde. Habla sin detenerse a tomar aire, porque tiene mil historias atragantadas y su cuello es un embudo que no le permite sacar todo lo que tiene que decir. También está en un punto en que debe regirse por algo muy por encima del sentido común: lo que diga su abogado. Hay momentos jocosos en la conversación, pero en general la metralla es en tono serio y reflexivo.

La historia comienza un par de meses atrás, cuando José Rafael cumplía un sueño de años: cruzar los Estados Unidos en carro. Ya había recorrido el país completo, parando en ciudades y pueblos, recogiendo material para Comida, Calle y Comedia, su canal de YouTube que sigue la línea de Caminantes, la serie web en la que, junto a Silvia Baquero, su productora, se unió a un grupo de migrantes en Colombia para documentar en clave de humor la crisis migratoria venezolana. Esta vez, la dupla iba grabando el encuentro de José Rafael con la cultura gringa, el país profundo. En Filadelfia subió las escaleras de Rocky y al coronar lloró, y en Los Ángeles visitó la estrella de Schwarzenegger en el paseo de la fama. Rocky y Arnold son su inspiración en todo lo que hace. “Yo me crié en una casa sin cable”.

Cerraron el viaje, con broche de oro, visitando una granja de cannabis en California, donde grabaron material, ya que José Rafael está muy interesado en la legalización de la marihuana, y no es un secreto que es, digamos, un entusiasta de su uso recreacional.

Me no English

El 12 de agosto, el día de su última publicación en Instagram, agentes de patrulla fronteriza lo detuvieron en un checkpoint, una alcabala, en El Paso, Texas. Border Patrol es una agencia hermana de ICE, el temible órgano de control de inmigración que ha aparecido tanto en las noticias últimamente. En un primer momento pensó que el problema no sería demasiado grave, hasta que los patrulleros le pusieron las esposas y se lo llevaron.

Silvia, “la Lilian de El Paso”, salió con la instrucción de llamar a Oswaldo Graziani, uno de los fundadores de Plop (la agencia que está detrás del Chigüire Bipolar) e íntimo amigo de José Rafael, para que la ayudara a conseguir un abogado. Así, dieron con el hombre: Jeep Darnell, un tipo joven con porte de quarterback, sombrero y botas de vaquero y una hebilla prominente. Tejano, muy tejano, pero sumamente pragmático y de mente abierta. “No te está pasando nada que no le haya pasado a un rockstar”, le dijo a José Rafael en su primera reunión.

Podía pagar la fianza del 10 %, que en este caso eran 300 dólares, y salir inmediatamente. Pero si hacía eso muy probablemente hubiera sido deportado, y no a México, donde estuvo viviendo los últimos años, sino a Venezuela.

Y eso no es una opción para él: las autoridades venezolanas no solo censuraron los shows de radio y televisión donde trabajaba, sino que además tiene una orden de captura en su contra por incitación al odio. Es un perseguido del régimen venezolano.

La recomendación del abogado era que permaneciera en la prisión durante el tiempo que durara el proceso. Jeep era positivo, estaba seguro de que saldría libre y sin cargos, pero le habló claro: en el mejor de los casos podría pasar un mes, y en el peor, seis. A José Rafael casi le da un infarto. “No te preocupes por los asuntos legales, de eso nos ocupamos nosotros. Déjalo en manos de Oswaldo. Tú preocúpate por estar bien aquí, porque la vas a pasar mal”. Doble infarto.

Luego de los trámites de admisión lo llevaron a la prisión del condado Hudspeth. Un pueblo perdido a dos horas de El Paso, donde todo gira alrededor de la cárcel. La prisión no es como lo que él había visto en los documentales de NatGeo. Era una prisión pequeña, de estadía temporal, donde los reos no pasan más de un año. Sin embargo, había una buena representación de criminales cubriendo una extensa gama de delitos, colores y afiliaciones.

“Aquí tengo que aclarar una cosa”, explica José Rafael, “yo no hablaba un coño de inglés. Es algo que no me enorgullece, obviamente, pero es lo que es. Era como si me estuvieran hablando en alemán. Entonces, después de que me revisaron, el guardia, que era un viejito al que no le entendía nada, empieza a decirme ‘foot up, foot up’, y yo no captaba qué quería decir. Y como yo estaba desnudo, y ya me habían revisado por todas partes, asumí que solo faltaba una cosa. Entonces me agaché y le abrí las nalgas. El viejo empezó a gritar como loco “feet! feet!” y ahí sí. Lo que quería era revisarme las plantas de los pies”.

Foto: José Rafael Guzmán

Le dieron un uniforme a rayas y le quitaron las trenzas a sus zapatos —parte del protocolo para que los reos no se cuelguen. Y de ahí a una celda con siete personas más. Cuatro literas, con una letrina, en un espacio de no más de 3×7 metros cuadrados.

Prima nocta

La primera prueba la tuvo en su primer día en la cárcel, cuando uno de sus compañeros de celda lo abrazó por detrás con la cortina de la ducha. Lo abrazó duro, como probando cuánta fuerza tenía. José Rafael forcejeó, se pudo soltar y lo empujó como pudo. El tipo se rió burlonamente y le dijo que estaba bromeando. “Estar en la cárcel es una constante negociación para que no te cojan, y esto no lo digo echando vaina. Al principio todo gira alrededor de eso”, dice.

Esa misma noche, a pesar de los nervios, estaba tan cansado que pudo conciliar el sueño, pero fue interrumpido. “De repente siento una vaina rara, y cuando abro los ojos, el mismo carajo de la cortina de baño me estaba reposando el pene sobre la mano. Pegué un salto y el tipo volvió a reírse y a decir que era un juego”. Imaginen a José Rafael Guzmán, el comediante, contando esto sin reírse. Pero ahí pasó algo que él no esperaba. Otro de sus compañeros de celda, El Cholo, un viejo veterano que venía de una prisión federal con rango, intercedió por él.

“Preguntarle a alguien que ha estado preso si se lo cogieron es una completa indiscreción”

Coño

Para los negros era blanco, para los blancos era latino, para los latinos era venezolano, y era el único. No pertenecía a ningún grupo. “Lo más importante es con quién ‘caminas’ en la cárcel. ¿Entiendes, Coño?”, le dijo El Cholo. “Coño”, ese fue el nombre que le pusieron cuando llegó a la cárcel. ¿Por qué? Pues porque José Rafael dice “coño” cada tres palabras.

“Me gustaría poder decir que fui un hombrote, pero no. Yo sabía que por la vía física no era la vaina, tenía que usar la cabeza. Tú no tienes fuerza corporal para ganarle a un bicho que carga 180 kilos, que todo el día anda haciendo planchas, que está todo yuca y que te quiere coger. Yo estoy demasiado orgulloso de que no me caí a coñazos ni una vez, y logré salir liso”.

De entrada la situación era de caribeo extremo, siempre había alguien buscándole pleito. Pero José Rafael los entrompaba con comedia. Les echaba cuentos y les cantaba canciones como si fuera una rockola. “¿Qué canción les gusta? ¿“Back in Black”? Entonces yo hacía un concierto imitando todos los instrumentos, que era algo que hacía en el colegio, y ellos se cagaban de la risa”.

Eventualmente dejó de ser Coño para convertirse en Venezuela. Y sus compañeros, que ya le habían agarrado algo de cariño y que no entendían nada de lo que pasaba en su país, de vez en cuando le decían cosas como “¡Venezuela libre!”, cosa que tenía un doble significado para él, obviamente.

Y ahí estaba él, mezclado con violadores, ladrones, narcos y hasta asesinos. Negociando todos los días y haciendo aliados. Aliados que terminaron por convertirse en amigos.

Lo enseñaron a pelear y terminó aprendiendo a hablar inglés. A cambio, José Rafael, que se había convertido en una especie de ministro de cultura de ese mundito, no solo los entretenía, sino que también les daba apoyo moral.

El sistema carcelario te doma. Te quitan el sol para que no puedas pelear, te ponen un informe para quitarte la identidad. “Teníamos una hora de sol a la semana, y con todo y eso, algunos presos ya no querían ni ver para afuera y tapaban las ventanas de las celdas con papel tualé”. Le decían que ilusionarse con el exterior era dañino, que la esperanza enfermaba, y que tenía que concentrarse en el presente. También le enseñaron que en la cárcel no eres menos por llorar ni más por caerte a coñazos.

Foto: Silvia Baquero

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